Propuestas y movilización

Fernando Patrón
Fernando Patrón

Una colectividad política tiene dos componentes: uno estático y otro dinámico. El primero está constituido por el patrimonio cultural, principios, estructura orgánica, programa, integrantes, candidatos, legisladores y autoridades partidarias; son los medios de nuestra potencialidad. El segundo, es el partido en funcionamiento con movilización y militancia para llegar a la sociedad. No hemos desarrollado adecuadamente el segundo, ese componente dinámico del cual Wilson nos había advertido que si no juntábamos un núcleo de gente en tono entusiasta y fervoroso, no merecíamos subsistir.

Durante la reunión de precandidatos blancos con la Presidenta del Directorio del Partido Nacional Beatriz Argimón, ésta expresó que «vamos a ir con nuestro mensaje que es ganar el gobierno; para nosotros es importante el objetivo último y en base a eso fue que tuvimos la reunión. Cada sector tendrá su agenda programática que luego volcará a un programa de gobierno común para competir en octubre de 2019”.

¿Quién niega que nos debemos un programa común y el objetivo último de ganar el gobierno? Sin embargo, atendiendo al objetivo, he observado que reiterada e inmediatamente de conocerse nuestros negativos resultados electorales, se atribuye una importancia superlativa y determinante al programa como propuesta alternativa diferente y valiente que ilusione o enamore a la gente, estableciendo el camino dificultoso a transitar desde la realidad imperante hasta el país al cual pretendemos llegar. Más aún, comparto que precisamente éste sea el tiempo de diálogo, programa y propuestas.

¿Y el de la militancia que merece ocupación permanente y además nos muestra esa realidad imperante? Esta realidad ya anunciada, parte de una colonización cultural en la que estamos sometidos por el Frente Amplio (FA) con las consecuencias de ignorancia cívica que permite creer estamos en una nación democrática, liberal, republicana, “inclusiva”, “tolerante” y “diversa”; cuando se vive todo lo contrario agregado a ello el subvertimiento de valores. Porque una cosa es el votante, otra el militante y otra la militancia.

No cabe ninguna duda que el programa y sus propuestas generadas en los sistemas técnicos y políticos tanto dentro del partido como en diálogo con otros partidos, será el más claro y el mejor; es necesario, pero no suficiente ni determinante. De nada sirve sacarse la foto juntos denunciando delitos en la Justicia Penal (todavía sin considerar la responsabilidad civil y política de quienes los hayan cometido), hay que coordinar y realizar tareas juntos motivando a la gente y sacándola a la calle. “Con la gente unida y movilizada parte de un todo, nadie puede” decía Wilson y esa es la forma de mostrar la garantía de que podemos gobernar conjuntamente con los demás partidos.

El programa y sus propuestas no ilusionan ni enamoran a la gente. ¿Cómo es posible atraer a la sociedad mediante una alternativa cuando está enamorada de un adversario político que durante décadas le ha inducido a formarse un concepto erróneo sobre nosotros? Si las propuestas no son valoradas por la ciudadanía debido a una alteración en su percepción a manos del FA, a mal puerto vamos, porque el problema está en que nos crean.

Así lo destacó Wilson: “En Uruguay, cuando llegan las instancias electorales, en el discurso es en donde todos prácticamente coinciden. Quien pretenda orientarse políticamente leyendo programas, corre el serio riesgo de perderse, porque va a encontrar promesas más o menos similares en todos lados .Todos van a hablar de participación, de una sociedad solidaria, de democratización, de modernización sin saber de qué se trata. Todos van a hablar de poner la tierra al alcance de los que quieran trabajarla, de fomentar la producción, etc. Entonces hay una mentalidad nacional que en el Uruguay está mucho más desarrollada y unificadora que en cualquier otro país de América Latina. En los otros apaíses uno encuentra una derecha que se exhibe como tal y una izquierda que, naturalmente hace lo propio desde su ángulo. En el Uruguay, nadie -aunque son muy poquitos- sale a decir “yo soy la derecha”. Todos dicen más o menos lo mismo y entonces el elector, el ciudadano, tiene que resolver un doble problema: descubre que no le basta leer la promesa (va por mi cuenta: si llega a leerla), tiene que agregarle un acto de fe. Tiene que decir: entre todos estos que me ofrecen villas y castillos ¿a cuál le creo? Y eso establece una relación personal con el individuo, factor que se ha acrecentado con las nuevas técnicas de comunicación (Wilson en La democracia Nº230, 30/10/1987, pág.24,” WILSON Y EL PARTIDO”).

Tengámoslo presente.

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